Cuento simplón
de un autor que prefiere permanecer anónimo.
Aquella mañana le propusieron que se encargara del montaje de la obra de teatro anual en la cual participaba gente común y silvestre del pueblo, pero en realidad siempre eran los mismos actores, la gente del pueblo que más disfrutaba actuando, y año tras año habían adquirido suficiente práctica y a todo el pueblo le gustaba como actuaban ellos. Todos disfrutaban cada función que esta compañía presentaba.
Rolando había llegado al pueblo dos meses atrás para encargarse de un puesto en la gobernación, lo que implicaba para él un cambio bastante drástico en su forma de vida, desde la agitada capital llegaba a un lugar donde el ver caer la nieve podría constituirse en una experiencia inigualable.
Debía encargarse del montaje de la obra anual, el hombre tenía bastante experiencia, en su vida anterior en la ciudad circularon innumerables libros de los más destacados dramaturgos, por lo que preparaba mentalmente un listado de posibles obras.
Una chimenea calentaba la sala en que por primera vez se reunía con los actores y les habló de su listado de posibles obras, pero en ese momento se llevó la sorpresa. Los actores no transaban, no aceptaron ninguna de las obras, ellos querían representar la misma obra que el año anterior, ya que con ella habían tenido mucho éxito, al no ver posibilidad de transar, aceptó dirigir la misma obra que el año anterior, aunque encontraba que la obra era en extremo básica e infantil.
Primero se empeñó en tratar de hacer arreglos en los guiones antes de empezar con la distribución de los papeles y de comenzar con los ensayos, mas cada modificación era objetada enérgicamente por los actores, y es más, cada actor quería desempeñar el mismo papel que el año anterior ya que estimaban que lo hacían bien y cada uno ya se sabía de memoria los papeles, por lo que no valía la pena intercambiarlos.
El joven director no entendía entonces qué es lo que esperaban de él, cada actor sabía su papel y no aceptaban ni la más mínima crítica, pero cada actor representaba con tanta pasión su papel, que aunque no fueran suficientemente buenos, sentían lo que estaban haciendo.
Los ensayos no se prolongaron por mucho tiempo, ya que no había nada que agregar, y así llegó el día del estreno, el único teatro del pueblo cargaba a toda la gente del pueblo, que no era mucha, el director se sentó junto al gobernador en la segunda fila y su sorpresa llegó a niveles sorprendentes cuando comenzaba la obra y todos a su alrededor recitaban a coro la obra infantil y simplona, pero que a todos les gustaba. Indignado se sintió obligado a interrumpir la presentación, se puso de pie y fue en ese momento cuando se enteró, la obra no solo fue presentada el año anterior, sino todos los años anteriores y todos en el pueblo la sabían de memoria. El director no entendía nada y al preguntar por qué, le respondieron: Esto es lo que nos gusta hacer.
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