07 junio 2010

Nada que hacer

Erase una vez un hombre que murió y se encontró de pronto en un lugar hermosísimo, rodeado de todo lo que lo que podía desear. Un sirviente, vestido con una elegante tenida blanca, se le acercó y le dijo:
- Puede elegir lo que más le agrade, los manjares mas deliciosos, lo que más le guste...

El hombre, fascinado, pasó largos meses durmiendo días enteros, divirtiéndose de mil manera en noches interminables, comiendo lo que se le antojaba, bebiendo los licores más exquisitos. Pero un buen día empezó a sentirse hastiado de todo eso. Apenas vio aparecer al sirviente, se le acercó y le dijo:
- Estoy harto de divertirme y nada más. Necesito hacer algo útil. Denme algo que hacer, cualquier cosa, lo que quieran.

El sirviente lo miro con tristeza, movió la cabeza de un lado a otro y le respondió:
- Lo siento señor. Pero eso es lo único que no podemos darle. Aquí no hay nada que hacer.
El hombre se quedó mudo unos segundos y luego respondió irritado:
- ¡Qué horror! ¡Bien podría estar en el infierno!
Y el sirviente le respondió, cortésmente como siempre:
- ¿Y dónde cree usted que está?

Tomado del libro: Cuentos para contar y pensar Vol. I, editorial Maitri.

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